¿Por qué huertos urbanos?

Nosotros no nos encontramos sobre el planeta Tierra, nosotros somos la Tierra. La naturaleza es nuestra madre y estamos hechos de los cuatro elementos. Uno de ellos es la tierra. Somos la tierra porque casi todo lo que comemos proviene de la tierra. Es lo que nos mantiene vivos. El suelo fertil es una capa muy delgada, más fina que la atmósfera. Somos la Tierra, somos el suelo. Lo que comemos, lo ponemos en nuestras bocas, lo disolvemos y lo convertimos en lo que somos: organismos vivos.

La vida es lo que crea el suelo en el que crecemos nuestros alimentos. El suelo posee la fuerza para producir vegetales, no es simplemente un conglomerado orgánico. Al suelo le llevó un largo tiempo poder adquirir las condiciones que actualmente posee. Es el producto del desgaste de rocas a través del agua, de reacciones químicas e interacciones de raíces de vegetales, animales y microorganismos. Para formar un centímetro de profundidad, se requieren más de trescientos años.

El suelo está lleno de vida, es el hábitat perfecto para microorganismos, quienes se alimentan de otros organismos. El suelo debe tener el equilibrio adecuado para el crecimiento de cultivos. Por eso la agricultura orgánica, método antiguo y al mismo tiempo novedoso, fomenta la circulación ecológica, la variedad de cultivos en un solo lugar y la evitación de los monocultivos. La agricultura orgánica no explota el suelo, lo enriquece. En esta forma de cultivar, la variedad es el lema porque esto logra que las plantas se alimenten las unas de las otras.

Algo muy distinto sucede en la agricultura moderna. Las técnicas estándar de cultivo empobrecen la tierra por medio de la sobre-fertilización, el arado excesivo y las consecuencias de usar maquinaria pesada año tras año. En la forma actual de hacer agricultura, se está en lucha constante contra la naturaleza, cuyas consecuencias son innumerables para la humanidad. La costumbre es cultivar la misma especie de vegetal todos los años. Grandes cantidades de fertilizantes químicos, sintéticos y de pesticidas son utilizados, lo que hace que con el tiempo se originen bacterias patógenas en el suelo como resultado de su desequilibrio.

Cuando no existían los agroquímicos, se habían ideado varias formas de prevenir las enfermedades en los cultivos. Por ejemplo, antes los agricultores practicaban los cultivos mixtos (todavía se hace pero menos que antes), plantando conjuntamente cebolla de primavera, melón y frijol, por dar un ejemplo. Suelos que siempre dependieron de fertilizantes sintéticos y agrotóxicos poseen pocas cantidades de materia orgánica, lo que hace que sea fácilmente erosionado por la lluvia y el viento. Consecuentemente, el suelo se endurece y se transforma en uno con poca vida.

La naturaleza está equipada con un sistema de recirculación, el cual regresa sus propios deshechos al suelo con la ayuda de micro y macroorganismos. ¿Qué podemos decir con respecto al hombre? Desde los años 50 el hombre ha estado produciendo muchas cosas que no existían naturalmente. La basura ha afectado el sistema de recirculación de la naturaleza.

¿Cómo se dio este cambio histórico en la forma de hacer agricultura? Han habido muchas hambrunas a lo largo de la historia. A mediados del siglo XX, quienes idearon lo que se conoce como la Revolución Verde pensaron que si tan sólo pudiéramos sistematizar la agricultura como lo hicimos con la industria pesada en el siglo XIX y llevar un sistema que funcione al resto del mundo, podríamos solucionar los problemas de hambruna.

Comenzamos a usar biotecnología nueva como los agroquímicos para fertilizar y evitar plagas. Las bombas a base de nitrógeno de la Primera Guerra Mundial condujeron al desarrollo de los fertilizantes químicos a base de nitrógeno. El gas neurotóxico creado en la Segunda Guerra Mundial conllevó a la invención de los insecticidas. Antes, la biotecnología que usábamos en los cultivos era muy sencilla. Por ejemplo, durante 6,000 años los humanos han usado levadura, un organismo vivo, para que el pan se infle. También hemos usado biotecnología para fermentar vino y cerveza durante miles de años. Otro buen ejemplo es el cultivo de rosales en los viñedos; éstos sirven para detectar y prevenir el ataque del hongo llamado “oidio”, que al atacar primero a los rosales, permite proteger las vides rociándolas con azufre.

Entonces los que usan la biotecnología para, por ejemplo, modificar genes, dicen que no hay nada nuevo en su hacer. Pero en realidad las tecnologías que modifican los genes son invasoras de células, y lo único que es bueno para invadir células son las bacterias y virases. En décadas siguientes, la producción aumentó de manera notable. Año tras año, se sembraban enormes terrenos con una sola variedad de cultivo. Estos monocultivos crearon un vacío ecológico que insectos y enfermedades aprovecharon. También desaparecieron miles de variedades de cultivos. Por ejemplo, antes se cultivaban más de 5,000 tipos de papa en todo el mundo, ahora sólo se cultivan ampliamente 4 tipos. La uniformidad genética ha causado algunas de las mayores catástrofes agrícolas de la humanidad.

A pesar de que quienes iniciaron la Revolución Verde lo hicieron de buen corazón, actualmente consumimos alimentos que nutren poco, son perjudiciales para nuestro organismo y se producen lastimando el medio ambiente y ocasionándole daños que la naturaleza puede tardar cientos o miles de años en rehabilitar. Es importante entender que para crear condiciones naturales en el campo, se requiere de misteriosos trabajos de la naturaleza, así como de la dedicación humana. Una vez que conocemos esa realidad, nos damos cuenta de lo importante que es tener una agricultura sustentable que proteja al medio ambiente y produzca alimentos saludables.

Por eso la agricultura orgánica es distinta, porque se piensa en la relación que tienen los seres humanos con la agricultura. La meta es producir alimentos de calidad, que sean sanos, basándonos en un sistema sustentable, respetando la lógica de la naturaleza, la cual ha trabajado miles de años con los seres humanos. Quizás cultivar orgánicamente no es lo más viable económicamente a primera vista, pero sí lo es en términos de salud.

La propuesta de la agricultura orgánica es desaparecer por completo el uso de pesticidas y otros químicos. Queremos eliminar la dependencia que nuestros campesinos tienen al uso de los venenos proporcionados por grandes corporaciones internacionales que no se preocupan por los daños al medio ambiente ni a las personas que consumen los alimentos. Como forma de contrarrestar el daño que la agricultura moderna hace a nuestro medio ambiente y a la salud de los seres humanos, luchamos por promover una alimentación basada en una agricultura sustentable, orgánica y local.

Para muchos la idea de un huerto se asocia generalmente a un campo o parcela, pensamos que en la ciudad no tenemos espacios disponibles, y nos resulta muy fácil ir a comprar productos que necesitamos al supermercado. Sin embargo, en la Ciudad de México existen muchos espacios en donde podemos cultivar nuestros propios alimentos de manera orgánica, los cuales nos ayudarán a consumir más vitaminas y minerales, necesarios para el bienestar y disfrute de nuestra familia.

Para un pequeño huerto no necesitamos disponer de grandes espacios, con una pequeña terraza, balcón, azotea o jardín se pueden hacer maravillas. Se puede instalar uno dentro de la misma casa. En realidad, lo más complicado al momento de iniciar un huerto urbano es romper con la idea de que no es factible plantar en la ciudad. Tener huertos en nuestros hogares ayuda a mejorar el medio ambiente incrementando los espacio verdes y disminuyendo la temperatura ambiental en tiempos de calor. El huerto urbano nos permite además tener un espacio agradable en donde compartir, conversar, trabajar y relajarnos con nuestros familiares y amigos. En un principio la producción de un huerto urbano es modesta, pero nos ayudará a mejorar y complementar nuestra alimentación, a la vez que nos permitiría un pequeño ahorro en el gasto familiar al no tener que comprar productos en el mercado.

Una de las principales razones para tener un huerto es el gran sabor de los alimentos cosechados; cualquier persona que coma vegetales, especies o ingiera infusiones de un huerto podrá notar instantáneamente lo superior en calidad que son a cualquier producto comprado en el supermercado. Esto se debe principalmente a que las frutas y verduras que compramos en un supermercado deben enfrentar un largo proceso de distribución antes de llegar a nuestras manos. En este proceso pierden su calidad ya sea porque son cortadas antes de tiempo o porque son sometidas a cadenas de frío.

Otra razón es que los productos comprados en supermercados contienen químicos que no son útiles para nuestro cuerpo y están presentes solamente con fines de resaltar la estética de lo que compramos. Al tener nuestro huerto somos libres de elegir qué ponerle a las plantas. Otra importante razón es volvernos a reencontrar con los ciclos naturales. Tener en huerto nos pone en contacto con la plantas, lo que nos muestra lo dependientes que son las plantas a los ciclos del año. Nos vuelve a hacer sentir la importancia de la primavera, la diferencia entre el verano y el invierno y la abundancia del otoño. Esto confirma nuestra visión del mundo como un gran ciclo.

Instalar huertos urbanos no es ya sólo una moda, es una necesidad. Cada metro cuadrado sirve. Un huerto urbano contribuye a reducir nuestra huella de carbono sobre el planeta. Constantemente consumimos productos que nos traen desde miles de kilómetros de distancia, contribuyendo así a la contaminación que resulta de su transportación y de la electricidad que se requiere para mantenerlos frescos. Los productos producidos en los huertos no poseen envoltorios, van directo de tu terraza a tu mesa sin generar la enorme cantidad de plásticos que se utilizan en la industria alimentaria.

Los cultivos consumen CO2, ya que capturan las emisiones presentes en el ambiente. Se estima que una hectárea de plantación de jitomates puede captar hasta 16 toneladas de CO2 al año. Es difícil que lleguemos a plantar tales cantidades en nuestra casa, pero parte de la idea de hacer esto es la asociatividad: si tu plantas, tu vecino, tu universidad, edificio o plaza quizás hagan algo parecido como contagio de los que haces, resultando en un incremento del total de la superficie.

En resumen, tener un huerto urbano:

  • Nos acerca a hábitos alimenticios más saludables.
  • Genera una gran satisfacción el consumo de sus hortalizas.
  • Cuesta poco dinero y sólo algo de tiempo.
  • Nos acerca más a la autosuficiencia.
  • Nos ayuda a descubrir antiguos conocimientos que en las ciudades se han olvidado.
  • Evita que sigamos alienándonos de la naturaleza.
  • Nos muestra el ciclo natural de las cosas, cómo funciona la naturaleza y la necesidad de respetarla.
  • Contribuimos al aumento de las tan escasas zonas verdes en la ciudad.

Si te interesa tener un huerto en tu casa o jardín, o deseas aprender más sobre la agricultura en zonas urbanas, no dudes en enviarme un correo a pablo@olaki.mx


Pablo Sepúlveda vive en la ciudad de México y se dedica a la agricultura urbana y a la psicoterapia. Escribe sobre esos temas en su blog www.todologiablog.com


Imagen: SPUR