El entorno construido es producto de fuerzas socio-económicas, culturales y políticas. Cada sistema urbano tiene su propio “código genético”, expresado en formas arquitectónicas y espaciales que reflejan los valores y la identidad de una comunidad. Cada comunidad elige ciertas caraterísticas físicas que producen un carácter único para su ciudad. Este “ojo comunal” ejemplifica el legado arquitectónico de la ciudad y la provee de una sensación de espacio.
Por ejemplo, en la antigua ciudad de Saná, capital de Yemen, sus edificios únicos decorados con estampados geométricos crean un carácter visual distintivo y único para la ciudad (foto de arriba). Otro ejemplo es esta aldea nubia de Egipto (abajo), donde los materiales y los colores utilizados en las construcciones son únicos y reflejan la arquitectura vernácula de la región.
Sin embargo, en la práctica de la arquitectura actual – en casi todo el mundo – no se respeta la identidad ni las tradiciones pasadas de nuestras ciudades. La mayoría de los proyectos guardan poca o nula relación con el contexto del entorno urbano y con el código genético de la ciudad. Los arquitectos sólamente siguen movimientos arquitectónicos internacionales como la “arquitectura moderna”, el “post-modernismo”, la “alta tecnología” y el “deconstruccionismo”. Como resultado tenemos un diálogo fragmentado y discontinuo entre edificios que destroza la memoria comunitaria de la ciudad.
El arte urbano y el grafitti han venido compensando este fenómeno, al explicar el conflicto entre la cultura tradicional y los actuales asuntos socio-políticos de la ciudad. Los artistas urbanos están dando un nuevo uso a los muros de las ciudades resaltando el patrimonio, la historia y la identidad, y – en algunos casos – humanizando este conflicto. Cada ciudad tiene un arte único en sus paredes que se ha convertido en parte íntegra de su código genético. Algunas muestras del arte de Santiago (foto de abajo), por ejemplo, resaltan la identidad chilena. Otro ejemplo es la manera en que el arte en pared fue usado durante la revolución egipcia para conmemorar ese evento. En marzo de 2012, jóvenes artistas de grafitti lanzaron el movimiento “sin paredes” cuando las autoridades egipcias construyeron muros de concreto para bloquear cruceros viales con la finalidad de contener manifestaciones pacíficas.
Bill Hillier, profesor de morfología urbana, propone una interpretación distinta. Él sugiere que la red urbana de toda ciudad está constituída de una red doble – la red de primer plano, que consiste en las calles principales del sistema urbano, y la red de fondo, conformada por callejones y calles secundarias. La red de primer plano, o red de calles principales, usualmente tiene una forma universal, una estructura en “rueda deformada” compuesta por patrones de pequeñas semi-cuadrículas de calles en el centro (un hub), conectado con al menos una vía de circunvalación (aro) por medio de calles diagonales (radios). Pero la forma de la red de fondo varía de una ciudad a otra; por lo tanto, es esta la red la que le da su identidad espacial a una ciudad.
Muchas ciudades, entre ellas Londres, Tokio y El Cairo, tienen como red de primer plano un patrón de calles universal en “rueda deformada” que es similar, a pesar de tener diferentes redes de fondo. Esto posiblemente es como resultado de diferencias culturales, o es lo que contribuye a la creación de esas diferencias culturales. En pocas palabras, la red de fondo refleja la estructura única de cada ciudad, y puede ser considerada su código genético. Sin embargo, bajo mi punto de vista, la red de fondo por sí sola no es suficiente para representar el código genético del entorno construido. Los arquitectos y los planificadores urbanos deben buscar, desde la red del territorio, el respeto de la arquitectura local, así como de su dimensión social y cultural. Habitantes y arquitectos deben trabajar juntos para restaurar un sentimiento de identidad local en un dialecto contemporáneo. A la vez de desarrollar directrices propias de cada ciudad, los programas de participación comunitaria,son la única vía para mantener el ADN de una ciudad. Una ciudad saludable y funcional es parecida al cuerpo humano: es crucial preservar su código genético.