Durante los últimos cincuenta años, las ciudades occidentales han capturado la imaginación de las personas alrededor del mundo; ya sea por fascinantes representaciones de ciudades tales como la distopía de Los Ángeles en Blade Runner, o a través de las espectaculares vistas de la Torre Eiffel en París y la Sagrada Familia en Barcelona. La ciudad occidental ha permanecido buscada por los turistas, inversionistas, artistas, etc., como siempre. Sin embargo, esto no significa que otras ciudades alrededor del mundo permanezcan en la sombra del misterio, por el contrario, éstas están en auge y están creando un gran reto para establecer ciudades en naciones en desarrollo.
Después de la reconstrucción inicial de las ciudades en la Europa de la posguerra y el auge de jóvenes insatisfechos, las principales ciudades alrededor de Europa y el Norte de América se convirtieron en núcleos de pensamiento liberal, induciendo movimientos de los derechos gay, ideales feministas y valores democráticos. Como resultado, ciudades como Londres, París y San Francisco se convirtieron en centros de revolución cultural en la década de 1960.
Mientras los setentas llegaban a su fin, la ciudad occidental se posicionó en el centro de la atención mundial ya sea por los movimientos culturales o la reafirmación de su status económico. La gente en la Unión Soviética o los que vivían en dictaduras en Latino América fueron influenciados por los acontecimientos en dichas ciudades y como resultado el imaginario colectivo de la ciudad occidental se convirtió en algo buscado en todo el mundo.
Durante los años 80, conforme los regímenes abrían sus economías y la Cortina de Hierro se comenzaba a caer, las personas empezaron a apostar por las ciudades occidentales como el primer lugar en su lista para vivir, visitar o invertir. Los políticos responsables idearon estrategias agresivas para atraer inversión, y no es de extrañar que durante este tiempo las comunidades se vieran afectadas por olas de aburguesamiento. Los ejemplos van desde Canary Wharf en Londres (foto arriba), hasta Chelsea y el Village en Nueva York.
Ciudades como Barcelona fueron reimaginadas por los políticos para adecuarse a la tendencia, y el estilo se convirtió en el elemento central de la agenda de cualquier ciudad occidental virtual. Por ejemplo Barcelona, cuyos barrios históricos estaban en decadencia y plagados de asentamientos irregulares hasta 1970, logró ganar la candidatura de las Olimpiadas y, explotó las mal mantenidas piezas maestras de Gaudí como su punto principal de venta para atraer extranjeros y proyectó una imagen global que, hasta la reciente crisis, era la campeona de la imagen de la ciudad. Como Barcelona, otras ciudades tomaron agendas similares. Hoy en día las ciudades de occidente siguen siendo las más visitadas por los turistas, permanecen también como blanco de ricos inversionistas de países emergentes y siguen dominando la imaginación colectiva, ya sea en video juegos o como referencias en alguna canción.
Sin embargo, con la llegada de la globalización y el rápido avance de las tecnologías de comunicación, el paradigma está dando un cambio. Ciudades como Beijing y Río de Janeiro están ganando terreno a sus contrapartes occidentales y las personas están empezando a considerar estas metrópolis “exóticas” como lugares para vivir, invertir y estudiar. Ciudades en las economías emergentes están haciendo grandes esfuerzos para mejorar su imagen alrededor del mundo y también experimentan una inversión sin precedentes en infraestructura, como se ha visto en ciudades como Sao Paulo, Guangzhou y Bangalore. No sólo eso, estas ciudades están haciéndose presentes en la imaginación colectiva alrededor del mundo.
Sin embargo, existe algo que aún está por verse. Conforme la ciudad occidental enfrenta la mayor crisis de identidad desde los años de la posguerra, ¿será capaz de mantener su presencia en el imaginario colectivo del mundo? ¿O el famoso “Yo (Corazón) NY” será cambiado por Pudgong en Shanghai? ¿Será Arbat en Moscú el nuevo Soho?
Para la ciudad occidental, la cuestión está en reinventarse a sí misma. St. Germain en París, por ejemplo, ya no es el lugar donde los intelectuales y escritores tales como los Hemingway de los años 20s se reunían. Al contrario, se siente más como una trampa para los turistas, con tiendas exclusivas y restaurantes cuyos dueños son extranjeros para visitantes que buscan una experiencia “boho” en un lugar donde alguna vez artistas famosos merodeaban (ver arriba). En este sentido, la ciudad occidental tiene que aprender a romper con el estilo ya establecido del pasado para ser capaz de crear espacios atractivos para el mañana, y se encuentra dentro de la comunidad local el crear tales espacios, y no en la demanda del extranjero para experimentarlos.
Por otro lado, la ciudad emergente tiene más libertad, pues no se ha consolidado profundamente en el colectivo imaginario; la Gran Tenochtitlán en la Ciudad de México, el barrio de Pudong en Shanghai, El Boho Arbat en Moscú son sólo algunos de los cientos de posibilidades en las cuales la ciudad emergente puede retratarse.
No obstante, la ciudad emergente tiene que ser tan cuidadosa como la ciudad Occidental en el desarrollo de su identidad. Como hemos visto en la década pasada, las ciudades emergentes están en el riesgo de `disneyficacion´, lo cual puede dañar su identidad local en lugar de mejorarla. El St. Germain de Hemingay ya no existe y crear espacios atractivos que los ciudadanos mundiales y comunidades locales puedan disfrutar en las próximas décadas está en manos de los políticos y las personas que viven en las ciudades.