En un episodio de cruel ironía, el reciente Primero de Mayo, Día del Trabajo, se ha visto envuelto en dos trágicas explosiones en fábricas ocasionando la muerte de docenas de trabajadores e hiriendo a cientos más. A mediados de abril, un almacén lleno de fertilizantes en West, Texas, explotó, destruyendo casas, escuelas, y otros edificios en los alrededores, ocasionando 14 muertos. Pero esta tragedia fue eclipsada por otra acontecida en el otro lado del mundo y de una magnitud mayor: el desmoronamiento de una enorme fabrica en Bangladesh el 22 de abril, causando, según datos oficiales, más de 1.000 fallecidos. Se trata del peor desastre ocurrido en una fábrica en la historia.
Puede que para el público occidental la tragedia acontecida en Bangladesh no sea más que otra desafortunada noticia sin ningún tipo de explicación. Pero esto no es solo un problema de Bangladesh. El accidente de Texas, a pesar de haber causado menos daño, muestra que existe un problema de fondo con el uso de la tierra, lo que afecta a todos los países, sin importar lo ricos que sean.
Los EEUU, a pesar de su incuestionable posición económica avanzada, no son aparentemente inmunes a accidentes como la explosión en Texas, donde se almacenaban en una planta de fertilizantes cercana a hogares y escuelas sustancias químicas que sobrepasaban 100 veces el límite de sustancias peligrosas permitidas por ley. El tema del uso de la tierra es de gran relevancia en este caso: si había al menos una mínima posibilidad de que este accidente ocurriera, ¿por qué se permitió construir esta planta en ese lugar? Y este no es un incidente aislado. En otras partes de Texas, refinerías han provocado recientemente graves enfermedades en las poblaciones cercanas. Los EEUU aún tienen muchas leyes laborales estrictas, pero esta indiferencia por el emplazamiento de edificios e instalaciones supone claramente un peligro para el bienestar de las personas.
Mientras que en los Estados Unidos tales tragedias constituyen todavía la excepción, en Bangladesh están tristemente comenzando a ser vistas como algo normal. A finales de 2012, un incendio de una fábrica causó la muerte de más de 100 trabajadores. El mes pasado, el devastador número de víctimas del derrumbe de la fábrica en Dhaka, Bangladesh continuó esta desgraciada tendencia. Bangladesh se ha convertido lamentablemente en el vertedero de los efectos negativos de la subcontratación masiva desde los EEUU y otros países, cuya estrategia durante las pasadas décadas ha sido la de no desarrollar reformas laborales nacionales, lo cual constituye un riesgo político si esos molestos votantes comenzaran en algún momento a prestar atención, y por el contrario trasladar trabajos de baja cualificación a otros países que nunca tuvieron esas reformas en primer lugar. Si estos países carecen de buenas leyes de urbanización y códigos de construcción, los subcontratistas tienen incluso más oportunidades para recortar rincones, ganar un poquito más de dinero y fingir sorprenderse cuando la fabrica se derrumba.
¿Cuál es el resultado de este proceso? Una población empobrecida con trabajos en condiciones potencialmente mortales que fabrica bienes para una población rica pero que aún trabaja en condiciones de riesgo.
Obviamente, uno de los principales factores desencadenantes de estos desastres es la falta de voluntad política para imponer y hacer cumplir las normas para la ubicación y construcción de edificios industriales, así como la forma en que se utilizan en la práctica. Tanto el desastre de Texas como el de Bangladesh ocurrieron debido al uso no sancionado de las instalaciones. En Texas el problema fue el almacenamiento ilegal y masivo de materiales. En Bangladesh el dueño de la fábrica había puesto equipos industriales de gran peso en un edificio que supuestamente iba a ser un centro comercial. Al menos, este desastre ha provocado una fuerte contestación social que pretende llevar la justicia a aquellos acusados por su negligencia, y para asegurarse de que esto no vuelva a suceder. Hasta el momento, este movimiento no lo hay en Texas.
No obstante, el problema va más allá de meras normas. El hecho de que hayamos construido instalaciones peligrosas y mal ubicadas como éstas en países pobres y ricos indica que no las vemos como un problema prioritario. Hasta cierto punto, esto se puede ver como un defecto de la corriente principal de pensamiento económico. Los estudiantes de teoría económica han dedicado mucho tiempo al estudio de las curvas de oferta y demanda, pero muy poco a pensar dónde esta interacción económica se desarrolla. Claro que avanzados estudios pueden generar algo de ideas, pero lo raro es que, cuando se escogió la ubicación de las dos instalaciones, los únicos factores que se tomaron en cuenta fueron el precio de la tierra y el abastecimiento de suministros que se utilizarían, y no quienes se verían afectados trabajando o viviendo cerca de unas instalaciones chapuceras. Este tipo de pensamiento lleva al emplazamiento de plantas de fertilizantes mortíferas cerca de escuelas y hogares, y a fábricas textiles cerca de plazas concurridas en edificios que supuestamente iban a ser centros comerciales.
Vivimos bajo un sistema de economía descentralizada, donde unos cuantos números en una hoja de cálculo de un contable ciega el sentido común de construir y ubicar adecuadamente las instalaciones industriales. Lo que necesitamos es un pensamiento económico más maduro y humano. Cosas como los empleados, edificios y ciudades no pueden considerarse como cantidades abstractas en el vacío con un precio puesto en alguna parte. Dentro del discurso económico es fundamental tomar decisiones acertadas sobre ubicación para evitar estos desastres en el futuro, y hacer que nuestras ciudades sean mejores lugares para vivir.